En todos estos años, no he sabido buscarte, acaso porque aún hoy no he aprendido a perderte.
Quizás si yo hubiese llegado a ti de otra manera, como un lienzo en blanco y no arrastrando tras de mí casi veinte años de equívocos y rectificaciones..., lo nuestro hubiese funcionado.
Matar tu nombre es fácil, lo difícil es darle muerte a tu recuerdo.
Siempre he sido un egoísta, creo aniquilar el mundo mediante la aniquilación propia, esa es la engañosa cima de mi egoísmo desesperado.
Sé que te extrañarás al recibir esta carta, pero no puedo evitar volver al lugar del que se huye, el fracaso de mi vida no es un deterioro, sino un cumplimiento, un final doloroso y lógico para el que parece he nacido.
Creo enloquecer de dicha cuando recuerdo tu cuerpo, tus gestos, tus ojos, la totalidad de tu persona, que se revelaba con toda su fuerza y la sabiduría del placer..., nunca antes nadie me había transmitido tan intensamente la maravillosa cercanía de la piel y de la mente.
Guardo en mi memoria esa mueca neutra tuya de aparente desconcierto después de hacer el amor, como pidiendo perdón por lo sucedido, pero pensando "Ha sido fantástico..."
Mi vida sigue perteneciendo a ese período en que no nos importaba ser la representación de los deseos del otro.
La soledad es un aliado si se sabe estar solo..., yo no sé aprender a vivir sin ti, no sé construir mi propio espacio, esa vida pequeñita e íntima donde se despliegan los sueños.
He tratado de que salieses de mi existencia, pero es imposible, convivo con la presencia constante de tu ausencia. Hemos dejado tantas cosas inacabadas...
Hay vidas que no encuentran justa correspondencia con el destino. Creo que estoy enfermo, sólo así se explica que la belleza me ponga triste...
(Miguel A. Linares)
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