Sabemos que estamos vivos y hablamos con propiedad del inigualable valor de la vida, pero cómo nos cuesta aprender a vivir dignamente y ser defensores de la dignidad de aquellos que con nosotros caminan, porque todo lo que se nos ofrece y logramos conocer cada día, nos atrae y envuelve sutilmente, y nos lleva a más que vivir, intentar sobrevivir para no naufragar ni ir contracorriente en el océano de la vida… Y expresamos a la perfección los mandamientos de la ley Dios, sabemos que el principal de todos ellos es amarlo a El por sobre todas las cosas y al prójimo como El mismo nos amó; y si lo conocemos al derecho y al revés, por qué preferimos todas las demás cosas que aquello que tiene que ver con Dios y por qué pensamos mas en nosotros mismos y somos indiferentes a las necesidades del otro y a su dolor?... Y eso que conocemos teóricamente de humildad y conciencia social... Desde que nacemos, hacemos de la vida una escuela donde aprendemos con los primeros pasos que damos, con las palabras que pronunciamos y todo aquello que vamos conociendo de las personas que caminan a nuestro lado; se nos enseña de los caminos correctos y hasta nos indican cuales son los equivocados, y si ya los conocemos, ¿Por qué al caminar nos desviamos? ¿Por qué hacemos de nuestras palabras y de nuestros silencios, piedras que a otros para herirlos, lanzamos?... Y si sabemos lo que nos alimenta y lo que nos hace daño, ¿Por qué optamos por aquello que no nos sacia ni nos ayuda a crecer, haciéndonos sentir vacios e inconformes;aunque nos tengamos que lamentar después, por caer o fracasar, herir o dañar, sentir el corazón roto en pedazos o sufrir por perder sin valorar lo que alguna vez tuvimos y quisimos.
Acabada la partida el peón y el rey van a la misma caja